lunes, 19 de septiembre de 2011

La memoria donde arde Sacco y Vanzetti: La canción del verdugo


Corren los años veinte. Causan inquietud los ecos de la Revolución de Octubre. Hay recesión y huelgas. El movimiento anarquista crece y la gran burguesía norteamericana cree que ha llegado el momento de dar un espectáculo ejemplificador. Bombas en la embajada norteamericana en Buenos Aires, gigantescas movilizaciones desde Tokio a Nueva York.
El caso Sacco y Vanzetti conmueve al mundo, pero la canción del verdugo ha vuelto a escucharse y esta vez tampoco se detendrá, son las reglas del sistema.

Mayo de 1926. Cientos de coches policiales se encaminan a la sede de la Embajada de Estados Unidos en Buenos Aires. El boquete que ha hecho la bomba en el edificio de Arroyo y Pellegrini parece una puerta de ingreso extra y los efectivos la utilizan como tal. La policía promete encontrar a los culpables. Sus jefes le presentan disculpas el embajador yanqui. Poco después, los anarquistas vuelan el pedestal de George Washington en Palermo. Atacan una sede de la empresa Ford y otros comercios ligados al país de norte. El entonces comisario Santiago, quien impuso en nuestra policía la tortura denominada “submarino seco” que consiste en introducir la cabeza del preso en un balde con agua sucia, orín o excrementos hasta casi ahogarlo, promete hacer tronar el escarmiento. Los anarquistas le contestan: le vuelan media casa.

Pese a estos atentados y protestas que se reprodujeron en todo el mundo junto a los pedidos de clemencia, Ferdinando Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti, dos inmigrantes italianos, trabajadores y anarquistas, fueron juzgados, sentenciados y ejecutados por electrocución el 23 de agosto de 1927 en Massachussets, Estados Unidos por el robo armado y asesinato de dos personas. El sistema penal norteamericano se demostraba una vez más efectivo para regular la pobreza mediante el crimen, las cárceles y la tortura. Todo “al amparo de la ley”.

Una tarde en Sout Brainte

La historia había empezado antes en Sout Brainte, una localidad cercana a Boston. Una pandilla robó dinero destinado a pagar los sueldos en un edificio de la empresa Slater y Cerril. Durante el asalto fue muerto un sereno del edificio y un empleado de vigilancia de la empresa. Al poco tiempo son arrestados por el hecho Sacco y Vanzetti, un zapatero y un vendedor ambulante. Ambos son dirigentes gremiales y anarquistas.

Comienza uno de los juicios más apasionantes de la historia de la humanidad. Durante los siete años que duró el proceso quedo en evidencia que ambos eran inocentes. La acusación fundamental se basó en el presunto reconocimiento de Sacco como el hombre que disparó sobre los asesinados. Surgió un “pequeño” contratatiempo para el argumento del fiscal. A esa hora el detenido estaba con el cónsul de su país, quien así lo atestiguó. En el caso de Vanzetti desfilaron innumerables vecinos a quienes, en el momento del robo, estaba repartiendo pescado en sus hogares.

Los policías recriminaron nerviosismo y pequeñas contradicciones en los detenidos que temían ser expatriados. No era para menos. Dos días antes de su arresto habían sabido que un compañero llamado Andrea Salsedo había resultado muerto luego de ser arrojado por la policía desde una ventana de la Oficina de Investigación en Park Row, Nueva York. Según los anarquistas, los policías lograban sus confesiones colgando a los interrogados sobre el abismo, tomados de los tobillos desde la ventana del séptimo piso de la sede policial. Salsedo no debió ser muy convincente, o se les resbaló. Lo cierto es que se cuerpo aplastado contra la acera era motivo suficiente para poner nervioso a cualquiera de sus compañeros candidatos a sufrir la misma suerte.

Un compañero de Salsedo, Roberto Elia, que se encontraba también bajo arresto, fue liberado y testificó que su amigo se suicidó porque pensó que era la única manera de evitar traicionar a otros anarquistas si lo seguían interrogando.

Condenados de antemano

Ambos anarquistas estaban condenados de antemano: Por esos días Vanzetti dirá: “no le desearía a un perro o a una serpiente, a la criatura más baja y desafortunada de la tierra –no le desearía a ninguno de ellos lo que he sufrido por cosas de las que no soy culpable. Estoy sufriendo porque soy radical, he sufrido porque soy italiano, y sí soy italiano… Si me pudieran ejecutar dos veces, viviría del mismo modo que lo hice”.

La condena de Sacco y Vanzetti sucede en el contexto de los años veinte, cuando las clases dirigentes de los Estados Unidos temían las repercusiones de la Revolución de Octubre, se vivía el receso económico y la falta de trabajo. En aquellos años ya se notan los primeros esbozos de la creación del movimiento sindical, con la consiguiente exigencia de la reducción de las horas de trabajo, las huelgas por mejores salarios. Sacco y Vanzetti, sindicalistas y revolucionarios son a través de su asesinato una advertencia del poder a todo aquel que quiera imitarlos y organizarse.

Millones de voces se escucharon en todo el mundo exigiendo que no se llevara a cabo la ejecución. Se verificaron movilizaciones multitudinarias en Nueva York, Londres, Amsterdam y Tokyo, huelgas en Sudamérica y disturbios en París, Ginebra, Alemania y Johannesburgo. De nada sirvieron las demostraciones de que esos dos hombres libertarios no eran culpables. Finalmente, un fatídico 23 de agosto de 1927, ambos serían ejecutados.

En Buenos Aires se declararon 48 horas de paro. El acatamiento fue total. Ni siquiera se verificó la recolección de residuos. Los comercios de origen norteamericano cerraron. Se duplicó la guardia en la embajada estadounidense por miedo a nuevos atentados.

En su última carta Sacco dirá: “Oh, compañeros míos, continuad vuestra gran batalla! ¡Luchad por la gran causa de la libertad y de la justicia para todos! ¡Este horror debe terminar! Mi muerte ayudará a la gran causa de la humanidad. Muero como mueren todos los anarquistas, altivamente, protestando hasta lo último contra la injusticia. Por eso muero y estoy orgulloso de ello! No palidezco ni me avergüenzo de nada; mi espíritu es todavía fuerte. Voy a la muerte con una canción en los labios y una esperanza en mi corazón, que no será destruida".

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