miércoles, 26 de mayo de 2010

Reflexiones en el Bicentenario

Un mandato ético
La conmemoración del Bicentenario es un capítulo importante en el devenir de un pueblo que hace más de cinco siglos fue sometido por el colonialismo español. La historia no comienza el 25 de Mayo de 1810.



Secretario de Comunicación y Difusión de la CTA.

Desde épocas inmemoriales, distintos pueblos originarios habitaron esta comarca configurando, con el paso del tiempo y la mixtura con criollos e inmigrantes, nuestra identidad pluricultural y plurinacional. El Bicentenario es una oportunidad para generar el acto de reivindicación que demandan las comunidades indígenas.

Tras derrotar dos veces las invasiones del Imperio Inglés, en Mayo de 1810 toma cuerpo un proyecto colectivo que recién cuajará más de un lustro después en Tucumán con la Declaración de la Independencia de España y de cualquier otra potencia extranjera.

Domingo French y José Antonio Berutti son ubicados por la historia oficial como figuras decorativas en los acontecimientos de Mayo atribuyéndoles el rol de repartidores de escarapelas entre la gente. Sin embargo, constituían el rostro visible de un grupo de activistas pertenecientes a los sectores sociales más postergados. Lideraban “La Legión Infernal” o “Los Chisperos”. Como quiera se llamasen, tenían en claro que había que destituir al Virrey Cisneros y proponer la ruptura definitiva con el régimen colonial.

French era cartero y Berutti empleado de la Tesorería del Gobierno. Otro de los destacados miembros de esa organización, Agustín Donado, se desempeñaba como gráfico en la imprenta oficial y Buenaventura de Arzac “no es nada”, según refiere despectivamente un informe realista, seguramente para no designar a un desocupado de “la chusma”. Es decir, trabajadores de distintos oficios que juegan un rol decisivo al exigir y lograr el Cabildo Abierto del 22 de Mayo donde llegan a participar utilizando invitaciones falsas que ha fabricado Donado en la imprenta de Expósitos.

Son ellos, también, los que forman piquetes en las esquinas del Cabildo impidiendo el ingreso de los sectores más reaccionarios de la comunidad, y los que se movilizan contra la Junta del día 24 que pretendía imponer a dos absolutistas, dos revolucionarios y el Virrey como quinto miembro para desempatar. Su militancia cobra dimensión especialmente después que se contactan con Mariano Moreno, la figura más sobresaliente de ese tiempo convulsionado.

El 25 de Mayo, cuando Cisneros apela a toda clase de dilaciones e incluso intenta reprimir al pueblo en la Plaza, French, Berutti y otros patriotas ingresan al Cabildo y exigen por la fuerza -cuchillos y trabucos en mano- la designación de una Primera Junta. Era el principio del fin de la dominación española sobre el territorio del Río de la Plata.

Durante décadas el pensamiento mitrista construyó su doctrina antinacional y antipopular a partir del eje Mayo-Caseros. Fue hasta que en 1942 Rodolfo Puiggrós publicó “Los caudillos de la Revolución de Mayo” donde reivindica el papel de Moreno y, sobre todo, luego de que se exhumara del olvido un documento de su autoría que para la historiografía hegemónica se había “perdido”: El “Plan de Operaciones”.

En 1910, mientras el mundo esperaba una catástrofe a causa del cometa Halley, los porteños se preparaban para celebrar el Centenario. Con bombos y platillos para las clases acomodadas, con palos y cárcel para los trabajadores y el pueblo empobrecido por el saqueo oligárquico.

Cien años después del Primer Gobierno Patrio, los grupos dominantes celebraban con fasto su privilegiada posición como elite gobernante del “granero del mundo” sustentado en el fraude conservador y bajo la férula del Estado de Sitio: Buenos Aires se blindó con un brutal aparato represivo para contener la protesta obrera ante la infame inequidad social.

Han pasado dos siglos y el proyecto de liberación nacional y social permanece inconcluso. La Constitución oligárquico-liberal gestada en 1853 por los vencedores de la Batalla de Caseros ha venido rigiendo desde entonces las reglas de juego pretendidamente democráticas –a excepción del interregno 1949-1955-, hasta que irrumpe el pueblo para poner en jaque al régimen. Cuando ello ocurre, ese poder -presto a invocar la Carta Magna cuando de su derecho a exprimir al pobre se trata- no ha vacilado en violarla para ahogar cíclicamente en sangre cualquier conato de rebelión.

La iniciativa estratégica de la CTA de promover un nuevo Movimiento Político, Social y Cultural de Liberación y el consecuente proceso hacia una Constituyente Social, apunta a modificar la relación de fuerzas con el poder establecido y a protagonizar una etapa de transformación que cuestione la desigualdad estructural y comience a darle forma a un Estado de derecho con justicia social.

Un Bicentenario sin Hambre es mucho más que una consigna. Implica un mandato ético intergeneracional para resolver la principal asignatura pendiente: Conquistar la segunda y definitiva Independencia en base a un proyecto político, económico, social y latinoamericano que confronte con la globalización capitalista.

Siempre nuestro pueblo

Desbordamos todo. Otra vez corrimos los límites de lo que habían previsto ellos. Alegría infinita, misterio popular, plegaria de millones. Y una historia chiquita y escondida.




Integrante de “El Culebrón Timbal” y el Movimiento por la Carta Popular; Coordinador Nacional de la Constituyente Social

La anécdota fue referida como por descuido por una periodista del Canal 26; durante las obras de refacción del Teatro Colón, los trabajadores hallaron, entre los cimientos, un objeto que les llamó la atención sobremanera. Se trataba de una bota de trabajo antigua, también del gremio de la construcción, que tenía en su interior la lista completa de los obreros que refaccionaron el Teatro en el año 1908. Nombre por nombre, ahí estaban los laburantes que entregaron horas y salud para poner en pie ese símbolo de la cultura erudita de nuestra ciudad.

Los trabajadores de la refacción de estos años volvieron a colocar la bota, pero agregándole ahora con alegría y complicidad el listado de los que en estos tres años protagonizaron la obra actual; entendieron que así continuaban ese pacto secreto de la clase, eternizándose a su manera en los cimientos reales de lo que somos como sociedad. Un rito, una señal, una forma de documentar la historia que muestra el valor de la autonomía hasta el extremo de prescindir de la “difusión” y el reconocimiento público.

Sirve este relato (que quizá pase desapercibido en las evaluaciones oficiales de los eventos de estos días) para ensayar unas reflexiones en este paso de nuestro pueblo por el festejo del Bicentenario. Desbordando cualquier especulación y cualquier cálculo mezquino, nuestra gente volvió a exhibirse en su generosidad infinita y su adhesión a las apuestas colectivas. No importó si la organización de los eventos lo habían previsto o no, si la convocatoria fue la adecuada o si la programación daba cuenta de nuestras diversidades: ante la mínima señal, con la simple melodía de un posible encuentro de todos y todas, el pueblo argentino ratificó su tradición de fe en lo colectivo, en el recuerdo de su Revolución, aquella que gritó “El pueblo quiere saber de qué se trata”. Con nuestros pibes, con los abuelos, con todas las identidades y las expresiones, y ante contenidos de enorme intensidad política (como los puestos de Madres y Abuelas de Plaza de Mayo), volvimos a ser millones.

Al mediodía del 25 de Mayo, antes de arrancar para la 9 de Julio, con los compañeros del Movimiento por la Carta Popular hicimos nuestro festejo doméstico del Bicentenario. En la Unión de Familias Obreras, con los vecinos del Barrio Manuelita y del Presupuesto Participativo logrado por nuestras luchas, nos comimos un locro histórico, regado con vino y jugo para los chicos. Nos sacamos una foto frente a nuestro Cabildo gigante, ése que está luchando por una Constituyente Social, una democracia popular y participativa de verdad y así de motivados encaramos nuestro viaje a la multitud nacional.

Nadie se lo esperaba; ni los dirigentes institucionales, ni los medios masivos, ni los analistas de la desesperanza de todos los días previeron esta demostración masiva de que el pueblo está para más. Fue ir a la 9 de Julio simplemente para estar juntos y de a muchos. Bastaba con ver las caras de los cientos de miles de familias que volvieron en los trenes a sus barrios, felices, exhaustos, contentos de haber visto a Cristina bailando murga, repartiendo chistes y algún choripán frío, entrada la noche y la madrugada, en esos mismos trenes en los que día a día el poder que gobierna nuestro transporte público intenta explicarnos que no valemos nada.

Nuestras élites dirigenciales (otra vez) no pudieron sustraerse a la tentación de intentar usar esa energía popular generosa en sus especulaciones de estrategia electoral y protagonizaron, con la ayuda de la fauna mediática, los únicos papelones de mezquindad en estos días. A ellos también la gente los desbordó. La democracia que queremos es posible, y esta enorme fiesta histórica del Bicentenario, que debiera repetirse todos los años con distintos motivos, no hace más que confirmarlo.

¡Qué rara alegría sentimos al ver esas hermosas carrozas en la 9 de Julio los que hacemos la Caravana todos los años! Fue una alegría llena de presagios…¿Será que volverán? ¿Volverán las carrozas gigantes de la década de la felicidad, las carrozas de los derechos del trabajador y la justa distribución de la riqueza? ¿Será que dejaremos de tener gobiernos “progresistas” y empezaremos a tener “gobiernos populares”? ¿El petróleo y el gas serán nuestros como en el ’49? El pueblo parece haber hablado en estos días, y fue muy claro. Felicidades.

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