domingo, 16 de octubre de 2011

La memoria donde arde Atilio López, una montaña y el río de las ideas

El reconocido dirigente sindical cordobés Atilio López fue asesinado el 16 de septiembre de 1974, en un nuevo aniversario de la “Revolución Fusiladora” que había acaecido el mismo día pero de 1955. El ensañamiento de la Alianza Anticomunista Argentina evidenciado en la cantidad de balas nueve milímetros con las que lo masacraron a quemarropa, tornó irreconocible el cuerpo aun para sus familiares.

Quien esto escribe, a pesar de ser un adolescente por aquellos años no vivía aislado de lo que sucedía en el país. Aquella muerte me impactó. Cuando le pregunté a un viejo compañero por el ensañamiento mostrado con López por la Triple A que le metió 132 disparos en su cuerpo, respondió refiriéndonos una anécdota que recordamos apenas comenzamos con la redacción de esta nota.

El viejo José, que no logró sobrevivir al terrorismo de Estado, nos contó aquella historia que luego volvimos a encontrar en un texto de Mao: “Había una vez un viejo que vivía en una zona donde una inmensa montaña separaba sus tierras del curso del río que regaba el resto de la provincia. Una mañana el viejo y sus hijos empezaron a atacar con picos la enorme mole. Luego de un par de días un vecino se acercó para convencerlo de lo irracional de la tarea. El viejo le respondió: “cuando yo y mis hijos estemos muertos seguirán la tarea mis nietos, y los nietos de mis nietos. Algún día seremos más poderosos que la montaña y las aguas del río llegarán a nuestra tierras”.

“La fuerza del viejo no estaba en los músculos de él y sus hijos sino en la idea que compartían. El pensamiento colectivo. Era la idea lo que podía derrotar a la montaña. Y es eso lo que en el fondo le pasa a los verdugos y torturadores, cuando se ensañan con sus víctimas, saben que no pelean contra hombres sino con ideas, y las ideas no pueden ser derrotadas”.

Patotas de la Juventud Sindical Peronista, alcahuetes del submundo de la cloaca de los servicios, policías, asesinos y violadores liberados de las cárceles al precio de participar de la represión no dudaban en dar brutal espectacularidad a las ejecuciones de los militantes populares, que según les habían enseñado ya los entrenadores franceses adiestrados en Argelia debían establecer el terror, paralizar a la población, romper con cualquier nexo solidario mediante el miedo. Sabían que su misión era exterminar una generación que avanzaba enarbolando banderas de socialismo y liberación. La Triple A, el Comando Libertadores de América y otros grupos similares, constituyeron la antesala de los Grupos de Tareas que operarían luego durante la dictadura oligárquico-militar.

La historia del “Negro” Atilio Hipólito López –había nacido en un hogar de cuna radical y luego, cuando inició su militancia gremial, abrazó hasta el fin de sus días la causa peronista- ha sido no casualmente silenciada. Su único biógrafo, Mario Lavroff, recuerda que el padre era empleado de la sastrería de la Cárcel de Encausados de Córdoba y su madre ama de casa. A los 15 años fue cadete en una fábrica de galletitas. Dos años después ingresa en la empresa de transporte automotor CATA.

Inteligente, querido por los compañeros, con la alegría de la lucha esperanzada en un mundo mejor acompañando cada jornada, logró ganarse el cariño de sus compañeros. Fue secretario general de la Unión Tranviarios Automotor (UTA) y de la CGT de Córdoba. Su hija Patricia lo recordó en un reportaje: “Lo veíamos poco. Se iba temprano y venía tarde. A veces lo veíamos solamente en algún programa de la televisión. Cuando vino el Cordobazo estuvimos más de un mes sin verlo. Agustín Tosco y Elpidio Torres habían sido detenidos, el se escapó, pero tenía toda la policía detrás”. Atilio había sido detenido antes, en los comienzos de la autodenominada “Revolución Libertadora”. Al salir, no tardó en plegarse a la Resistencia Peronista.

La hija del dirigente relata que “cuando papá planteaba un paro, era un paro realmente. Además muchas asambleas obreras no tardaron en convertirse en asambleas de obreros y estudiantes”. López hacía cruzar los micros en los accesos al centro de la “Docta” como señal del inicio de la medida.

Patricia también recuerda que cuando le ofrecieron acompañar a Ricardo Obregón Cano en su candidatura a la gobernación de Córdoba en 1973 dudó: “qué van a decir los compañeros”. Sus pares no dudaron y pensaron que ese puesto era una oportunidad mejor para defender los derechos de los trabajadores por un dirigente insobornable y de una lealtad inamovible con los intereses de la clase.

Como corolario del triunfo popular, el 28 de mayo, a tan sólo cuatro días de asumir el Gobierno de la provincia, se celebró otro aniversario del Cordobazo. El escenario se levantó en el Boulevard San Juan y Arturo M. Bas. Hicieron uso de la palabra Carlos “Serrucho” Dreizik, en nombre de las 62 Organizaciones Legalistas; Atilio López, Vicegobernador; Ricardo Obregón Cano, Gobernador y el Presidente de Cuba, Osvaldo Dorticós, quien manifestó que “en su país se tiene conocimiento del vigor revolucionario de esta ciudad”, que “trae un fraternal abrazo del líder revolucionario Fidel Castro” y que “estar en Córdoba es recordar emocionado a ese paradigma de la Revolución Latinoamericana que fue el Che Guevara”.

El Gobierno del peronismo revolucionario no durará. En febrero de 1974, a los nueve meses de haber asumido, fue depuesto por un golpe –“El Navarrazo”- encabezado por el jefe de Policía, Antonio Domingo Navarro, que contó con el visto bueno del presidente Juan Domingo Perón.

Atilio decía que por más que fuera un colectivero, Córdoba se paraba cuando lo decidían en su gremio y en la CGT. Y acotaba, cuando me muera, “toda Córdoba se va a parar”.

Y Córdoba se paró. Cuadras y cuadras de gente siguieron el cuerpo de Atilio López desfigurado por las balas de los sicarios de la Triple A. Como tantos mártires de la clase trabajadora, igual que el Che, el “Negro” Atilio ya era una idea que a pesar de las balas y el silencio de la historiaoficial no dejaría de volver -como aquella pica del la fábula-a golpear contra la roca una y otra vez, todas las veces que fuera necesario para dar paso a un río de pueblo que al fin logre que germine la justicia social en un país sin excluidos.

“Quizás su mayor blasón haya sido su honestidad personal y política. Tuvo entre sus enemigos duros detractores y críticos, pero ninguno le imputó deshonestidad ni corrupción alguna. Atilio integraba en Córdoba una suerte de “raza en extinción”, irrepetible en algunos aspectos”, asegura Lavroff en su libro biográfico “Atilio López, Sus luchas, Su vigencia”, publicado en noviembre de 1995.

El texto subraya: “Cuando es asesinado, vivía desde hacía años en una modesta casa, de un modesto sector de Barrio Empalme, próximo al “arco de Córdoba”, propiedad que comprara su esposa en 1963. Inclusive cuando fue Vicegobernador, se negó a habitar con su familiar uno de los chalets de la Casa de Gobierno. Tenía un automóvil, que sus amigos terminaron de comprar y ningún ingreso. Eso era todo su patrimonio económico a la fecha de su muerte”.

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