martes, 20 de diciembre de 2011

Decisión soberana


por Juan Carlos Giuliani *
Desde 2010, año del Bicentenario, por disposición del Poder Ejecutivo el 20 de noviembre, Día de la Soberanía, es Feriado Nacional. Se trata del justo reconocimiento a una gesta histórica meticulosamente ignorada por la cátedra oficial: La Vuelta de Obligado.

El 20 de noviembre de 1845, en la batalla de la Vuelta de Obligado, algo más de un millar de argentinos enfrentó a la armada anglo-francesa, la más poderosa del mundo, en una epopeya que permitirá apuntalar una perspectiva de Nación soberana.

Corrían años turbulentos, gobernaba Juan Manuel de Rosas y José de San Martín lo apoyaba desde su exilio europeo. A tal punto el Libertador consideró digna y patriótica la respuesta dada por Rosas al Imperio que, a su muerte, le dejaría como legado su sable corvo, con el que emancipó nuestro país, Chile y Perú. Un episodio que la oligarquía y la superestructura cultural del sistema en general no han podido rebatir y, por el contrario, han ocultado cuantas veces han podido.

No encuadra en su formato de historia domesticada y neocolonial que el “Padre de la Patria” haya elegido al “tirano” denostado por las clases pudientes para ofrendarle su sable, el arma que simboliza la voluntad colectiva de un pueblo para protagonizar la primera Independencia.

A 166 años de los acontecimientos de la Vuelta de Obligado, somos un país dependiente, desgarrado por las mutilaciones a su soberanía fruto de un proceso de recolonización que se expresa en un modelo productivo agroexportador, sojero, extractivo, con un creciente nivel de concentración y extranjerización de la riqueza.

La estrategia de poder del bloque dominante se asienta en la idea-fuerza de reprimerizar la economía envenenando el medio ambiente y condenando a la pobreza y el sufrimiento a millones de compatriotas.

Para nosotros, los trabajadores, la soberanía tiene una dimensión integral: Soberanía nacional, soberanía alimentaria, soberanía energética, soberanía comunicacional, soberanía sobre nuestros bienes naturales. Soberanía popular para decidir nuestro propio destino sin aceptar tutela alguna que condicione nuestra autodeterminación. Para no delegar más y promover las instancias que hagan falta para que el pueblo delibere y gobierne. Para reconstruir un Estado soberano al servicio del bien común que respete y defienda los derechos humanos y sociales.

La lucha consiste en conseguir que ese ideal de soberanía se transforme en el cimiento de la segunda y definitiva Independencia a partir de una fuerza social y política organizada, capaz de darle carnadura a un nuevo Proyecto de Emancipación Nacional y Latinoamericana. Es un sueño, una alternativa, una posibilidad que está empezando a amanecer.

A una década de la pueblada protagonizada por los indignados argentinos, que echó por tierra con el Gobierno de Fernando de la Rúa, el fenómeno se reproduce en todo el mundo: Desde El Cairo, pasando por Jerusalén, Madrid, Atenas, Londres, Roma, Santiago de Chile, llegando hasta Nueva York y otras ciudades del Imperio, la rebelión de los excluidos se globaliza e interpela al poder hegemónico.

Entre el 25 y el 30 de enero de 2001 los movimientos populares –uno de ellos la Central de Trabajadores de la Argentina– inauguraron el Siglo XXI en Porto Alegre, Brasil, con la primera edición del Foro Social Mundial. El FSM, cuyo último encuentro se llevó a cabo en Dakar, capital de Senegal, en febrero de 2011, proclama que “no es un nuevo partido político, ni un nuevo movimiento social, es algo más sencillo que todo eso, es simplemente una forma nueva de construir un mundo nuevo, que está demostrando que es posible y que ya se está construyendo gracias al trabajo diario de cada una de las organizaciones, colectivos, personas y movimientos sociales que están superando los vicios del mundo viejo, capitalista y neoliberal”.

La corriente de acumulación de contrapoder al capitalismo neocolonial globalizado que recorre como una descarga eléctrica todos los continentes, configura un mapa que visualiza a Nuestra América como la cuna de una nueva realidad plurinacional, donde se conjugan ricas y diversas experiencias que van camino a coagular en un nuevo paradigma de vida en el que, como lo quería Mariátegui, “todo lo humano es nuestro”.

Desde el Socialismo del Siglo XXI venezolano, al Socialismo Comunitario boliviano y el ALBA; pasando por la Unasur, la Alianza Social Continental, el Banco del Sur y otros instrumentos de integración regional que, con sus más y sus menos, no dejan de reconocer como musa inspiradora el ejemplo de dignidad de la Revolución Cubana –que perdura hace más de medio siglo en ese “lagarto verde” que se extiende a tiro de ballesta de las costas del Imperio norteamericano– se está generando una agenda de debate en las antípodas de lo que proponía el Consenso de Washington en los ’90.

Lo que más gráficamente identifica este momento de avance popular que vive América Latina es que se ha puesto en discusión el futuro, cuestionando el discurso posibilista que pretende explicar un presente de desigualdad y enterrando el pasado dominado por el conservadurismo neoliberal.

El verbo es una palabra que indica acción: Participar, organizar, compartir, militar por una causa noble. Quiérase o no, está alumbrando una teoría que intenta explicar lo que acontece y, a su vez, se convierte en una fuerza transformadora para reinterpretar el continente y repensar nuestra historia.

Reside en estos arrabales del mundo el convencimiento de que es hora de sustituir la certeza de los paradigmas que se cayeron por la esperanza de lo nuevo a construir. Y esa es una decisión soberana y colectiva.

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