viernes, 17 de junio de 2011

Entrevista a Miguel Murmis. Los orígenes del peronismo


Miguel Murmis nació en Buenos Aires en el ‘33 cuando Argentina iniciaba el proceso de industrialización que cambiaría su fisonomía. Se recibió de filósofo en la UBA y en 1958 fue uno de los organizadores de la Carrera de Sociología dirigida por Gino Germani.
Realizó sus estudios de Sociología en la Universidad de Berkeley en California y fundó en la Argentina el Centro de Investigaciones en Ciencias Sociales (CICS).

Tradujo a Marx, no renunció tras “La noche de los bastones largos” hasta que lo echaron y enseñó como migrante forzado por Latinoamérica y Canadá. Se dedicó al estudio del desarrollo agrario y la estructura social en la Argentina, es investigador jubilado del CONICET con sede en FLACSO, asesor en la Universidad Nacional de General Sarmiento y Doctor Honoris Causa en la de Quilmes. Colabora con el diputado y compañero de la CTA, Claudio Lozano y milita una vez al mes, como dice, “apoyando la lucha de los muchachos del INDEC”.

Docente, investigador, escritor, socialista desde pibe, amable, abierto y compañero compartió con nuestro Periódico una mañana hablando de lo que sabe.

Miguel Murmis y Juan Carlos Portantiero se pusieron a investigar sobre los orígenes del peronismo durante la década del 60. Desde una visión marxista, uno militaba en el socialismo y otro en el comunismo, y con los rigores de la ciencia sociológica quisieron averiguar cómo habían sido los comienzos de un movimiento político que aún sigue tallando en nuestra realidad nacional.

La investigación tomó forma de un pequeño libro allá por 1971 que se consiguió en las librerías hasta que el golpe militar lo mandó sacar o fue sigilosamente enterrado en jardines y patios precavidos. “Hay una película de Fisherman, un director argentino, donde en una escena se desentierra una caja con libros y arriba de todos aparece el nuestro. Fue como un homenaje”, dice Murmis.

Hoy ese clásico de la Sociología fue reeditado y como ayer sigue siendo una fuente de consulta obligada.

¿Cómo nació la idea del libro?

Con el “Negro” Portantiero nos conocíamos de antes. Yo ya tenía trayectoria en la Sociología y quería sumarle a mi trabajo un enfoque más político. Para él fue al revés, venía de la política –expulsado del Partido Comunista- y buscaba un enfoque más académico. Pero ambos deseábamos investigar y poder demostrar lo que decíamos. Hasta el momento todos se paraban más desde un enfoque político partidario que desde la ciencia.

¿Con qué hipótesis comenzaron?

Nuestra intención era llegar a captar la estructura de clases en el momento en que nace el peronismo yendo más allá de ciertos prejuicios que había. Por ejemplo, existía el prejuicio de que la burguesía del campo estaba en contra de la industrialización, de la sustitución de importaciones. Otra verdad no comprobada era que hubo un corte importante en la clase obrera con la llegada del peronismo. Los viejos trabajadores, inmigrantes europeos, veteranos sindicalistas que militaban en el socialismo, en el comunismo, en el anarquismo por un lado. Por otro los nuevos obreros de la industrialización, inmigrantes provinciales, criollos, sin experiencia sindical ni conciencia de clase.

¿Los llamados “cabecitas negras”?

Así se los descalificaba. Se los consideraba personas con poca experiencia industrial, poca educación, sin participación sindical. Venidos del campo. Nosotros pudimos demostrar que la mayor parte de la migración hacia el foco industrial de Buenos Aires no era de las provincias lejanas sino de el interior de Buenos Aires y de Santa Fe. Trabajadores con experiencia en la industria y técnica agrícola y muchos de ellos con tradición sindical y aún política. Es decir, no eran provincianos brutos que se dejaron arrastrar por el discurso de Perón o por el populismo. Fueron trabajadores con prácticas laborales que se sumaron al proceso de industrialización, se fusionaron con los viejos cuadros sindicales y tuvieron un enorme protagonismo en las nuevas organizaciones gremiales que se formaron al calor del gobierno de Perón. Tampoco fueron los más humildes los que migraron. Generalmente el migrante es alguien que tiene un oficio, junta algunos pesos y se va en busca de un futuro mejor. Pero no son los más pobres, los más postergados.

Y más que dejarse arrastrar, se fueron sumando.

Claro pero eso mismo creaba una discusión por aquellos años. El enfoque más nacionalista, más populista le atribuía virtud a esa supuesta virginidad política de la masa de trabajadores que se sumaban al desarrollo industrial y al peronismo sin limitaciones doctrinarias. Eso los hacía dispuestos a hacer cualquier cosa por la revolución. En detrimento de la vieja tradición sindical que ya llevaba muchos años en la Argentina. Es decir, acentuaban mucho ese corte en la clase trabajadora entre nuevos y viejos, optando por las virtudes de los nuevos, los que traían el futuro. La demostración científica de que esto no era tan así trajo cierto desencanto en esos sectores. Preferían la otra versión.

¿Y estaban también los que preferían al viejo sindicalismo?

En nuestro país existía una vieja tradición sindical que se vio sorprendida por la irrupción del peronismo. De todas maneras, al principio no había corte en la clase trabajadora. Los nuevos y los viejos luchaban por sus reclamos. Hubo muchas luchas y reclamos desde el 45 y convivían en la acción. Las diferencias se desencadenan más cuando empieza a tallar el tema político. Es decir, la participación del sector sindical en la arena política. Esto dividió las aguas y asomaron grandes diferencias entre los peronistas y los comunistas. Algo similar pasó con los socialistas, los anarquistas, etc.

¿En Brasil pasaba algo similar?

En Brasil también existía un gobierno popular, el de Getulio Vargas, pero no había una tradición de organización de los trabajadores ni importantes experiencias sindicales previas. Porque no había un desarrollo previo de la industria. Fue una experiencia nueva y con nuevos actores sin experiencia en luchas sociales. En esa experiencia encaja mejor el concepto de populismo que en el Peronismo.

¿Por qué cree que los investigadores de la historia, de la Sociología no abordan demasiado el tema de la clase obrera?

Es cierto, hay una especie de disociación del mundo académico y el mundo de los trabajadores. Pero también tiene que ver con lo que considero una distorsión ideológica. Hasta no hace mucho se proclamaba que no había más clase trabajadora, se hablaba del fin del trabajo, el fin de la historia. Eso caló ideológicamente en muchos sectores y no desapareció. A esto se le debe agregar que hoy las organizaciones sindicales tienen una muy mala imagen con la CGT a la cabeza. Se tiene la idea que se organizan para robar y no para defender a los trabajadores. En el ámbito universitario, sin ir más lejos, tanto la izquierda como el oficialismo cuestionan a la dirigencia sindical. Se habla más de la problemática de los pueblos originarios, que con todo respeto son solo el 4 % de la población, que de la clase trabajadora en su conjunto que supera el 30 % de los argentinos.

¿Y la CTA?

La experiencia de la CTA creo que contribuye a abrir una puerta al interés de la Universidad por conocer mejor esa realidad. Porque entendió el corte que las políticas neoliberales le produjeron a la clase trabajadora argentina. Ya no eran nuevos y viejos trabajadores y sindicalistas. Ahora se trataba de trabajadores formales, no formales, cuentrapropistas, desocupados, jubilados. Distintas realidades que no podían tomarse como si fuera una sola. Recuerdo que Germán Abdala en un discurso dijo algo muy interesante. Señalaba que no había que ver solo al trabajador tradicional, al obrero de una fábrica, sino que había que abrirse a otras realidades, a trabajadores que no se habían integrado a la gran estructura económica, a los cuentapropistas, a los informales, etc. Es decir, el corte en la clase obrera no existía tanto como se suponía en los orígenes del peronismo sino que fue más un producto de las políticas neoliberales y tiene que ver con los últimos tiempos en nuestro país. Incluso hoy la universidad se ve más atraída por el mundo de los trabajadores no formales que por los formales.

¿Haber estudiado los orígenes del peronismo le permitió entender mejor su posterior desarrollo e incluso su presente?

La explicación final no está porque la cosa se mueve, la historia camina. Pero creo que hay un elemento muy importante. Cuando nace el peronismo se encuentra con una clase obrera “disponible”. Es decir, una clase que estaba en formación con trayectoria, con luchas en sus espaldas, con historia y con reclamos y propuestas que luego toma Perón. Desde el socialismo, por aquellos años, se vivía una especie de endiosamiento por la clase obrera, los espacios de formación y cultura, los periódicos. En esos ámbitos se respiraba mística, era una cosa muy emotiva, muy solidaria. Esa clase obrera ganó protagonismo, se mostró, caminó, consiguió cosas y eso fue determinante. Después habría que seguir estudiando cómo la dirigencia sindical se asoció al poder, cómo se comportó durante ese proceso, la poca participación en las decisiones que tuvo, las características del liderazgo, etc, etc.

¿Y su futuro?

Una vez el “Negro” Portantiero me dijo que podríamos escribir algo así como unos estudios sobre el final del peronismo. Y yo le respondí que me parecía algo prematuro. El peronismo se convirtió en un movimiento polimórfico que a veces parece ser el único en condiciones de gobernar el país. Pero no se puede saber lo que viene. Es un misterio a develar.

La extranjerización de la tierra

Su objeto de estudio abarca también el trabajo y el mundo agrario. ¿Qué le parece el proyecto de ley del gobierno sobre la extranjerización de la tierra?

Me parece un proyecto muy general, indeterminado, que plantea muchos interrogantes. En primer lugar, existe desde 1944 una ley que protege laS tierras del dominio extranjero en zonas de frontera o estratégicas. En la época de Menem esa ley fue muy flexibilizada, como tantas cosas, y perdió sentido. Hoy nadie hace nada con respecto a eso ni este proyecto de ley lo tiene en cuenta. También me llama la atención que por un lado el gobierno corteja a las inversiones extranjeras en todos los niveles de la economía pero intenta limitarla a sólo 1.000 hectáreas en el ámbito rural. Incluso hay importantes negociaciones con países como China, Quatar, Arabia Suadita que incluyen cientos de miles de hectáreas en provincias como Río Negro o Chaco que son avaladas por el Poder Ejecutivo Nacional. Hay una contradicción en esto.

¿La ley tampoco es retroactiva?

No, no toca las tierras de los magnates como los Benetton, Douglas Tomkins, Joe Lewis, Ted Turner que adquirieron miles de hectáreas ricas en valores ecológicos y ambientales. Tampoco toca el tema de la concentración, los latifundios, la función que debe cumplir la tierra, su uso social. Habla de que un 20 % de la tierra de nuestro país está en manos de extranjeros y eso es muy difícil de comprobar porque no hay controles ni registros. Es un proyecto de ley confuso, contradictorio, que aún no fue presentado en ninguna Comisión y se supone que no hay interés en tratarlo por ahora. Forma parte de una falta de política agropecuaria en serio. Me hace acordar al tema de la soja. Se la cuestiona, se la trata de yuyo pero todas las disposiciones estatales llevan a que crezca la cosecha de soja en desmedro de otros cultivos.

Artículo publicado en el Periódico de la CTA N° 76, correspondiente al mes de mayo de 2011

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