A 42 años ...
desde la Juventud de la CTA nuestro homenaje y nuestro recuerdo
A fines de julio de 1966 la dictadura militar encabezada por Juan Carlos Onganía decretó la intervención de las universidades nacionales, ordenando a la policía que reprimiera para expulsar a estudiantes y profesores. La destrucción alcanzó los laboratorios y bibliotecas de las altas casas de estudio y la adquisición más reciente y novedosa para la época: una computadora. A esto le siguió el éxodo de profesores e investigadores y la supresión de los centros de estudiantes. Una feroz persecución se desplegó hacia los militantes de izquierda en las facultades. Este hecho se conoció como "La Noche de los Bastones Largos". Fue el 29 de julio de 1966. El 29 de julio de 1966 la represión policial de la recién instaurada dictadura del general Juan Carlos Onganía fue sangrienta. Terminó con más de medio siglo de autonomía universitaria y cargó a sablazos y palazos contra docentes y alumnos de la Universidad de Buenos Aires. El saldo fue de numerosos heridos, cientos de detenidos y más de 300 docentes expulsados que tomarían el camino del exilio.
Esa noche, conocida como "La noche de los bastones largos", marcó un antes y un después en el desarrollo científico argentino y abrió una larga etapa de deterioro de la universidad nacional. Los hechos ocurrieron así: un mes después de iniciada la dictadura que destituyó al gobierno de Arturo Illia, el decreto-ley 16912 ordenó el fin del gobierno tripartito de docentes, alumnos y graduados, y estableció que los rectores fueran delegados del Ministerio de Educación. Se barría así la autonomía universitaria que era la condición básica para la libertad de pensamiento y la producción científica más allá de los vaivenes políticos. La medida conmovió a las universidades que la resistieron con la toma pacífica por parte de los alumnos y docentes de sus facultades. La noche del 29 de julio, fueron desalojadas violentamente por la infantería policial. El clímax de la represión ocurrió en la Facultad de Ciencias Exactas de la UBA.
El entonces jefe de la Policía Federal ya bajo control operacional del Ejército, general Mario Fonseca, dio la orden de represión gritando: "Sáquenlos a tiros, si es necesario. Hay que limpiar esta cueva de marxistas". Los guardianes formaron una doble fila, alinearon a los ocupantes, y al obligarlos a salir pegaban con sus bastones largos sobre la cabeza de autoridades de la facultad, docentes, científicos, alumnos. Luego de esa noche trágica, cientos de profesores renunciaron en masa (en Ciencias Exactas se alejó el 77 por ciento del plantel) y, algo más grave quizá, los estudiantes comenzaron a pensar que la violencia podía ser el modo de enfrentar a ese poder desmedido y autoritario.
Años más tarde, el sociólogo francés Alain Touraine dirá sobre aquella orden de Fonseca: "Los Estados Unidos recibieron con los brazos abiertos a los supuestos 'comunistas' echados de las universidades argentinas". Y, así fue. El estudio "Emigración de científicos argentinos" realizado en 1970 por el área de investigación social de la Universidad Torcuato Di Tella que dirigía Enrique Oteyza concluyó que de la UBA habían renunciado 1378 profesores. De los 301 docentes que emigraron, 215 eran científicos y 86 investigaban en distintas áreas; 166 se insertaron en universidades latinoamericanas; 94 se fueron rumbo a EE.UU., Canadá y Puerto Rico y los 41 restantes recalaron en Europa. Esa noche terrible, entonces, la investigación científica de la Argentina se cubrió de oscuridad.
Artículo de María Seoane
A fines de julio de 1966 la dictadura militar encabezada por Juan Carlos Onganía decretó la intervención de las universidades nacionales, ordenando a la policía que reprimiera para expulsar a estudiantes y profesores. La destrucción alcanzó los laboratorios y bibliotecas de las altas casas de estudio y la adquisición más reciente y novedosa para la época: una computadora. A esto le siguió el éxodo de profesores e investigadores y la supresión de los centros de estudiantes. Una feroz persecución se desplegó hacia los militantes de izquierda en las facultades. Este hecho se conoció como "La Noche de los Bastones Largos". Fue el 29 de julio de 1966. El 29 de julio de 1966 la represión policial de la recién instaurada dictadura del general Juan Carlos Onganía fue sangrienta. Terminó con más de medio siglo de autonomía universitaria y cargó a sablazos y palazos contra docentes y alumnos de la Universidad de Buenos Aires. El saldo fue de numerosos heridos, cientos de detenidos y más de 300 docentes expulsados que tomarían el camino del exilio.
Esa noche, conocida como "La noche de los bastones largos", marcó un antes y un después en el desarrollo científico argentino y abrió una larga etapa de deterioro de la universidad nacional. Los hechos ocurrieron así: un mes después de iniciada la dictadura que destituyó al gobierno de Arturo Illia, el decreto-ley 16912 ordenó el fin del gobierno tripartito de docentes, alumnos y graduados, y estableció que los rectores fueran delegados del Ministerio de Educación. Se barría así la autonomía universitaria que era la condición básica para la libertad de pensamiento y la producción científica más allá de los vaivenes políticos. La medida conmovió a las universidades que la resistieron con la toma pacífica por parte de los alumnos y docentes de sus facultades. La noche del 29 de julio, fueron desalojadas violentamente por la infantería policial. El clímax de la represión ocurrió en la Facultad de Ciencias Exactas de la UBA.
El entonces jefe de la Policía Federal ya bajo control operacional del Ejército, general Mario Fonseca, dio la orden de represión gritando: "Sáquenlos a tiros, si es necesario. Hay que limpiar esta cueva de marxistas". Los guardianes formaron una doble fila, alinearon a los ocupantes, y al obligarlos a salir pegaban con sus bastones largos sobre la cabeza de autoridades de la facultad, docentes, científicos, alumnos. Luego de esa noche trágica, cientos de profesores renunciaron en masa (en Ciencias Exactas se alejó el 77 por ciento del plantel) y, algo más grave quizá, los estudiantes comenzaron a pensar que la violencia podía ser el modo de enfrentar a ese poder desmedido y autoritario.
Años más tarde, el sociólogo francés Alain Touraine dirá sobre aquella orden de Fonseca: "Los Estados Unidos recibieron con los brazos abiertos a los supuestos 'comunistas' echados de las universidades argentinas". Y, así fue. El estudio "Emigración de científicos argentinos" realizado en 1970 por el área de investigación social de la Universidad Torcuato Di Tella que dirigía Enrique Oteyza concluyó que de la UBA habían renunciado 1378 profesores. De los 301 docentes que emigraron, 215 eran científicos y 86 investigaban en distintas áreas; 166 se insertaron en universidades latinoamericanas; 94 se fueron rumbo a EE.UU., Canadá y Puerto Rico y los 41 restantes recalaron en Europa. Esa noche terrible, entonces, la investigación científica de la Argentina se cubrió de oscuridad.
Artículo de María Seoane
1 comentario:
Recuperemos la memoria, las luchas, lo perosnajes historicos olvidados...ejercitamos la memoria y la identidad!
felicitaciones por seguir en el rumbo de poner a la luz sucesos que la historia muchas veces trata de borrar
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