Su Tati
tenía apenas 18 y “soñaba con ser doctora”, dice la mujer. Es que Lieni
Tati Piñeiro estaba llena de sueños. En medio del barro profundo de
Puerto Esperanza, allí donde la vida parece terminar demasiado pronto,
donde las utopías no tienen un nidito abrigado para crecer y donde
muchos acarician como la meca el deseo de ser obreros de la Alto Paraná,
la empresa de celulosa que constituye el santuario del trabajo para
cuatro centenares de misioneros. Para otros, en cambio, es el “cáncer
letal” que contamina los ríos y la tierra. Ahí trabaja Diego Céspedes.
El también llora a su hijo, a su Hernán, junto a su esposa, Nora Valdés.
Las dos familias viven muy cerca una de la otra. Ancladas en esas
barriadas de miseria profunda donde la vida y la muerte se rozan todo el
tiempo. Y donde la violencia estructural prepea en cada esquina
avizorando cuerpos magros y jóvenes.
Puerto Esperanza está anclada en el norte de Misiones. A menos de una
hora de la octava maravilla, donde las lágrimas de los dioses se
vuelven catarata. Ahí donde la tierra se tiñe de rojo y las hormigas
tejen montañas en los senderos. Y los niñitos se mueren como la pequeña
Carolina, que dejó de respirar en los brazos de su mamá, María Ovando.
No es precisamente un destino para la ilusión Puerto Esperanza. El
nombre del pueblo es apenas un eufemismo heredado de los tiempos que ya
no conduce a ningún mañana luminoso. Desde ahí se tejen y destejen
muchos entramados del poder. Donde se entrecruzan los hilos marioneteros
de destinos. El sino del pueblo está desde hace demasiados años regido
por el mismo apellido: Gruber. Gilberto es legislador provincial aunque
antes fue el intendente por dos períodos. Su hermano Alfredo lo sucedió
en este cargo. Pero no mojan sus pies únicamente en las aguas de la
política. Sus tiempos se reparten además entre los grandes
emprendimientos familiares o importante número de acciones en el mundo
de la industria forestal, la ganadería, la construcción de viviendas en
madera, los medios de comunicación y, por si fuera poco, la cooperativa
eléctrica del Pueblo.
Comparten ideología, influencias, partido político con el gobernador
Maurice Closs y el ex gobernador Carlos Rovira. Uno de los hijos de
Gilberto “Pato” Gruber es conocido como “Pendorcho”. Su nombre es Fabián
y tiene 26 años. Se lo conoce como uno de “los hijos del poder”.
*****
Todos los sábados cuando el sol empieza a acurrucarse por las tardes
de Esperanza, las familias de Tati y de Hernán marchan juntas. Los dos
tenían 18 años. Iban a la misma escuela: el nocturno Polivalente al que
entraban a las 6 de la tarde todos los días.
Juan Carlos Selva Andrade es el abogado que representa a las dos
familias. A la de Tati, a quien violaron y asesinaron una nochecita de
julio pasado. A la de Hernán, que dicen que se suicidó en una celda
policial de la Unidad Regional de Puerto Iguazú. Lo habían acusado del
homicidio de Tati. Selva Andrade dijo a APe que “aquella tarde del 11 de
julio, Tati recibió un mensaje en su celular. No se sabe de quién
porque la justicia no investigó. Avisó en la portería de la escuela que
se retiraba y salió con una compañera. A las pocas cuadras se encontró
con Hernán Céspedes. La compañera se fue para otro rumbo. Tati subió a
la moto de Hernán y él la llevó a algún lugar. De ahí él se fue al
cumpleaños de un amigo en el barrio. Y desde ese momento, ya no se supo
nada más. Hasta que en un trillo apareció el cuerpo de Tati”.
Ese caminito descampado estaba a unas 10 ó 12 cuadras de la casa.
Eran las 7 de la mañana del jueves 12 de julio. “Cuando esa mañana me
avisaron que habían encontrado un cuerpo, me fui al lugar y estaban
todos los policías. No me lo dejaron ver. Recién ahora, hace muy poco
pude ver unas fotos de su cuerpo. Y empecé a pensar cómo fueron las
cosas. Acá hubo mucha gente del poder político que hizo todo a su
manera”, dijo Rosa González a esta Agencia.
A los ojos de la Justicia, la causa debía quedar convenientemente
cerrada. Habían encontrado al perfecto culpable cuya detención no
significaría sismo alguno en los sillones del poder. “Dicen que
plantaron pruebas. Yo creo que el chico estuvo en la joda pero no lo
hizo solo como todos dicen. No. Nada que ver. El único patrón genético
era de él. Pero yo no creo en esos estudios. Ni tampoco al juez le creo.
Hernán Céspedes fue entregador. Y él tendría que haber pagado su
culpa. Pero no de esa manera. Porque a él lo mataron. Y yo quería que él
pague en vida”, contó a APe la mamá de la chica asesinada.
-¿Por qué Tati y no otra chica?
Porque
ella era una chica que no se daba casi con nadie. La llevaron engañada.
Porque el hijo del legislador quería salir con ella y ella no le daba
la oportunidad. Ese muchacho tenía la manía de llevarse chicas como
fuera. Y me dijeron que le llevaron a Tati como regalo de cumpleaños.
¿Cómo es la vida suya en Puerto Esperanza?
Acá
la vida es muy difícil. Más ahora. Hay mucho miedo. Muchos aprietes.
Incluso el sábado en la marcha nos perseguían con motos, con autos. Nos
presionan de todos lados.
-¿Tiene miedo?
Yo
no. Yo perdí todo. Si perdí a mi hija... Ya no tengo miedo de nada ni
de nadie. Si me quieren hacer callar la boca, que me maten. Ahí sí me
voy a callar. Pero antes no. Y no tengo miedo de salir a la calle ni
nada.
-¿Hasta dónde llega el entramado del poder?
Ellos
van a hacer lo posible y lo imposible siempre, para que esto no se
destape. Sin ayuda no podemos hacer nada. Yo sé que el poder está muy
fuerte. El juez está desde hace poco. Y tienen amistad muy grande con el
juez. Por eso no voy a creer lo que él dice. Ellos apuntaron a Hernán
Céspedes únicamente. Pero las fiestas las hacían en el barrio de ellos.
Buscaban chicas en los barrios pobres. Para sus fiestas sexuales con
bebida, con droga.
-¿De dónde saca fuerzas para seguir?
Yo
a veces no tengo ganas de levantarme de la cama, de salir afuera. No
tengo ganas de la gente. Tengo mucha bronca. Tengo rabia. Y las fuerzas
se me van yendo. Porque sin mi hija ya no hay vida. Pero no voy a parar.
Creo que la impunidad es grande. Que vengan unos hijos de nadie y te
arrebaten lo más preciado y no se haga nada… No puede ser así. Pido
justicia. Hay abogados de hijos del poder que meten miedo a la gente
para que no digan lo que saben.
*****
Nora y Diego están convencidos de que su hijo Hernán era inocente. La
mujer cuenta a APe que “él no era culpable pero si lo hubiera sido, no
lo dejaron pagar la condena”. Entre los dos tienen siete hijos. Ella
tiene terror de que le quiten la pensión de Estado. El trabaja horas y
más horas en Alto Paraná, la celulosa chilena asentada en el poblado.
Diego está convencido de que “hay un monstruo en Puerto Esperanza. Mi
hijo confesó a mi esposa que él sabía algo que iba a involucrar al
poder. Tenemos pruebas de que nuestro hijo no se mató. Este es un nuevo
caso María Soledad”. Como tantos otros pibes de los márgenes, a Hernán
lo silenciaron con un suicidio. “Dijeron que lo llevaban a una comisaría
de máxima seguridad para protegerlo. Y me lo mataron ahí”, interrumpe
Nora. “En el allanamiento lo desnudaron en casa, lo revisaron todo.
Dijeron que la chica lo arañó pero mi hijo no tenía ningún rasguño en el
cuerpo. Y una semana después volvieron a allanar y plantaron las
pruebas. Creo que acá está el monstruo de la política manipulando todo.
La bronca nuestra es contra la policía. Porque a Hernán se lo llevaron
al matadero”.
La última imagen de Nora le lacera el pensamiento. “Hernán decía: ´me
patean´, ´me golpean todo el tiempo´. Era viernes. Fue la última vez
que lo vi con vida. ´Mami, me cago de frío´, ´mami, me cago de hambre´,
´mami, me maltratan´, decía”. Se quiebran. Sienten que un nudo agobiante
se les instala en la garganta pero saben que el relato es fundamental
para torcer la historia. “Siento que estoy a punto de morir”, desgrana
Diego. “Queremos justicia. Porque somos pobres ocurre esto. En pueblo
chico nos conocemos todos. Y a mi Hernán lo usaron como perejil. Esta
gente, la policía, el juez, el comisario de la científica, todos
necesitan encontrar un culpable. Acá corre mucho dinero ¿sabe? Y a esta
gente la votamos todos. Pero acá hay monstruos y Hernán no era un
asesino. Nos amenazan. Nos siguen cuando marchamos todos los sábados de
18.30 a 19.30. Recorremos el parque El Pulgarcito. Pasamos frente a la
policía. Pedimos justicia. Y se nos burlan. Y nos siguen”.
*****
El ADN de Hernán fue el único patrón genético encontrado en el cuerpo
de Tati Piñeiro. Todos creen que fueron pruebas plantadas. El chico se
suicidó en la celda. Utilizó cordones de zapatillas. Pero el gran
detalle –cuenta Selva Andrade- es que entró a la comisaría en ojotas.
Aquel 11 de julio de 2012 “hubo una fiesta cerca de la escuela
polivalente en una casita que tiene Fabián ´Pendorcho´ Gruber, hijo del
diputado. Se cuenta que Tati fue llevada a esa fiesta. Que quisieron
tener sexo con ella. Que le ofrecieron plata. Pendorcho Gruber estaba
loco por ella. Había descontrol. Alcohol y drogas. Y no creo que se la
pueda matar como se la mató a Tati sin algún coctel extraño encima”,
describió el abogado.
Hace muy poco apareció un CD con fotos del cuerpo masacrado de Tati
que derivó en pedidos de reautopsia a los cuerpos de los dos jóvenes.
Cuentan que la chica asía entre sus dedos unos cabellos rubios y largos.
Hernán Céspedes era morocho. Los ojos apuntan a jóvenes hijos del poder
económico y político. Muchos descendientes de la rubia inmigración
europea que pobló la zona a inicios del siglo pasado.
Rosa sigue marchando en silencio todos los sábados en la tardecita.
Como Nora y Diego, que insisten con que el cuerpo de Hernán tenía
lesiones y el cráneo hundido cuando supuestamente se suicidó.
El horror parió a Rosa como jamás hubiera imaginado. La hizo
erguirse. Plantársele al poder ya sin miedo. Cómo temerle al monstruo si
ya le arrebataron la vida entera. Como hace décadas María Soledad puso a
Ada Morales en el centro exacto del tsunami, que es la crueldad y el
odio, hoy Tati la lleva a ese lugar a Rosa. Que la extraña. Que dejó el
chalequito sin terminar. Que camina cada sábado contra el feudo de su
provincia. Y busca entre el olorcito a tierra mojada el perfume de su
niña y la música que quedó sonando desde aquel último fin de semana del
invierno que se le quedó para siempre en el alma.